Nadie tiene en sí mismo todos los recursos espirituales que necesita para andar delante de Dios rectamente. Dios nos recreó en Cristo como un cuerpo, de manera que nos necesitamos unos a otros, como el cerebro necesita a las piernas o el corazón a los ojos. De esta manera todos somos interdependientes unos de otros. Hechos 9.
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