RECUPERANDO LO PERDIDO

Cuando apartamos nuestra mirada del Señor y comenzamos a intentar dirigir nuestras vidas con la «sabiduría del mundo», es muy habitual que acudamos a refugios que no nos pueden proteger. Esto fue lo que vivió David en el pasaje que hoy examinamos. El rey Saúl lo buscaba para matarlo y él dejó que un temor anidara en su corazón. David llevaba años huyendo de Saúl y pensó que más tarde o más temprano el rey acabaría matándolo. Así decidió exiliarse y se fue a vivir con los filisteos, los enemigos del pueblo de Dios. La experiencia que él y sus seiscientos hombres vivieron fue una de las más amargas de su vida. Nosotros también, caemos a menudo en este error que nos conduce a indecibles sufrimientos y angustias. ¿Habrá alguna manera de recuperar lo que hemos perdido? 1 Samuel 30:1-31.

OBEDIENCIA Y DESOBEDIENCIA

El rey Saúl nos ofrece el paradigma de lo que nunca debiéramos hacer como hijos de Dios. Su vida y su reinado estuvieron marcados por la desobediencia a Dios, algo que Samuel lamentó porque terminó por arruinar el reinado de Saúl. El Señor tuvo que desecharlo porque la obediencia a medias, también es desobediencia y desagrada a Dios. El rey temió más al pueblo que a Dios, y eso tuvo funestas consecuencias tanto para él como para el pueblo. Hoy estudiaremos cuáles son los amargos frutos de la desobediencia y también cuáles son los deseables frutos de la obediencia a Dios. 1 Samuel 15:1-35